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Desmasculinizar a la Iglesia, pero ¿cómo?. Olga Consuelo Vélez

  • 10 feb 2024
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 7 jul

Desmasculinizar a la Iglesia, pero ¿cómo?

Olga Consuelo Vélez

El papa Francisco está hablando de “desmasculinizar” a la Iglesia y, en la última reunión que tuvo del grupo

C9 -consejo de cardenales con quienes se reúne periódicamente- invitó a tres mujeres para tratar de ese

tema. También el papa habla de “la dimensión femenina” de la Iglesia y, de que “la iglesia es mujer”. Reconoce

que uno de los grandes pecados que se han cometido ha sido el de masculinizar a la Iglesia y está buscando

dar mayor participación a las mujeres en la vida eclesial.

Todo lo anterior es lo mínimo que se puede hacer en una institución que por siglos ha marginado a las

mujeres. Sin embargo, la propuesta de desmasculinizar a la Iglesia me sugiere algunos comentarios. Por

supuesto, el cambio a nivel externo es imprescindible. Por siglos hemos estado acostumbrados/as a ver a los

varones ocupando los espacios de gobierno, de dirección, de liturgia, de enseñanza, etc., y no se sentía ningún

reparo. Pero con los cambios sociales a favor de la mujer, “los ojos se nos abrieron” y la situación se hace

cada vez más insostenible. Últimamente en las redes sociales salen fotos de clérigos y teólogos varones

reunidos por pertenecer a una institución o porque preparan algún evento o simplemente porque

concelebran en la eucaristía y bastantes personas dejan sus comentarios preguntándose: y ¿dónde están las

mujeres? Reunidos para hablar de sinodalidad y ¿todos varones? Y así, los comentarios se multiplican.

Definitivamente es urgente revisar la composición de todos los estamentos eclesiales para que haya la paridad

necesaria entre varones y mujeres porque, aunque sea un dato externo que no garantiza que esos varones y

mujeres hayan dejado su mentalidad patriarcal, “una imagen vale más que mil palabras” y si no se propician

esos cambios -aunque sean externos- no lograremos transformar la visión androcéntrica de nuestro mundo

ni crear estructuras donde, efectivamente, las mujeres puedan participar sin que se les niegue ese derecho

por el hecho de ser mujeres.

Pero lo anterior es todavía muy superficial. El verdadero cambio es de fondo y aquí es donde la expresión

“desmasculinizar” a la iglesia no me resulta suficiente. Francisco dice que hay que escuchar a las mujeres

porque ellas tienen otro punto de vista y, de esa manera, la iglesia se enriquece. Escuchar a las mujeres es

una tarea que tienen que “estrenar” demasiados obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, varones laicos y

muchísimas religiosas y mujeres laicas. Este último aspecto es bien complicado porque hay muchas mujeres

que no creen en las mujeres y, cómo dice la antropóloga Marcela Lagarde, la mayor fuerza que tiene el

patriarcado ha sido la de conseguir la desconfianza y poca valoración entre las mujeres. Por el contrario, la

sororidad es una gran fuerza transformadora, de ahí la necesidad de cultivarla.

Ahora bien, no todo es escuchar a las mujeres. Y no estoy muy convencida de que aportemos una visión

diferente. Cada persona aporta una visión distinta en todo grupo humano, pero no por ser del colectivo

“mujeres” sino por ser esa persona -única e irrepetible-

. Lo que quiero decir es que hablar del lugar de las

mujeres en la iglesia no es para que le aporten algo que a ella le falta, sino porque no las han tratado con la

dignidad fundamental de todo bautizado y las han marginado de los niveles de decisión y liderazgo. O sea,

abrir espacios a las mujeres en la iglesia es reconocer la injusticia que se ha cometido contra ellas y no

presentarlo simplemente cómo un “complemento” de lo que ahora existe. La iglesia tal y como se ha

configurado, con esa distancia tan fuerte entre clero y laicado y, especialmente mujeres, ha de reconstituirse

desde dentro, pensarse de otra manera y, no simplemente, añadirle “el punto de vista de las mujeres” que

ahora se dan cuenta que “enriquecería tanto a la Iglesia”.

Y volvamos a ese “punto de vista diferente de las mujeres”. Ya dije que no estoy tan segura de que exista por

el hecho de ser mujeres. Estoy constatando que cuando los teólogos varones, por ejemplo, entienden y

asumen la hermenéutica feminista, realizan su labor de la misma manera que las teólogas que han asumido

esa hermenéutica. Y, viceversa, las teólogas hacen su trabajo teológico con la misma rigurosidad, cientificidad,

precisión, teorización que lo hacen los varones. No es que ellas aporten “dulzura o intuición o feminidad” a la

teología. Teólogos y teólogas, cada uno/a hace su propio trabajo por lo que cada persona es, pero si utilizan

las fuentes y las hermenéuticas adecuadas, sus aportaciones se sitúan al mismo nivel y no se distinguen por

su sexo. Es verdad que al inicio del trabajo teológico hecho por mujeres se habló mucho de ese aporte

femenino -nunca se había pensado ni que pudiera ser posible- pero en la medida que hay más producción

teológica hecha por mujeres se confirma lo que dije antes. Esto puede ser discutible para algunas personas,

pero el fondo de la idea no es que a la iglesia le falta la “feminidad” que aportan las mujeres, sino que la falta

la justicia para que “no haya distinción entre quien es varón y es mujer” (cf. Gál 3, 28).

En definitiva, desmasculinizar a la Iglesia es mucho más que invitar a las mujeres a formar parte de cuerpos

directivos en ella o formadoras en seminarios o escucharlas más -aunque todo esto es necesario-

.

Desmasculinizarla es plantearse a fondo cómo recuperar la intuición original del movimiento de Jesús y hacer

posible que “lo que afecta a todos/as, sea decidido por todos/as”.




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